Cuando tenia 19 años leí un libro que me gusto muchisimo, me lo prestaron, e incluso mi hermano lo leyó tambien y le encanto, pues la redaccion da la impresion de que uno esta leyendo los pensamientos del autor, asi, tan cual van, a esa veocidad... no se si me explico...
Usualmente cuando tenemos una idea sobre la cual escribiremos, se nos vienen mil pensamientos a la vez, con las palabras perfectas, pero cuando lo transcribimos, eso se pierde... pero este libro parece que esta escrito como lo dicto la mente, sin palabras de mas, pero por supuesto, sin palabras de menos.
Novelita de Amor y Poco Piano.
Libro parido por José Ramón Ruisánchez un dia de Noviembre del 2007
A continuacion, les obsequio un cachito de este libro, el servicio social al que me refiero, es a que si alguien sabe donde puedo conseguirlo o si alguien lo tiene, me deje sacale unas copias, no sean malitos!! la recompensa es verme sonreir por estar feliz de volver a leer dicha joya...
Me queda claro que la mayor parte de la gente me conoce como un joven pianista, "bastante original" según la crítica, quien un día dejó de tocar por completo; pero como no quiero escribir un libro aburridísimo acerca de la música y la interpretación o reinvención de los grandes compositores, mejor voy a contarles algo muy distinto aunque, eso sí, tiene que ver un poco con el piano y con mis amigos y con la razón por la que dejé definitivamente de tocar.
Empezó cuando leí la estadística: En promedio, la mujer americana de nuestros días besa a 74 hombres diferentes antes de casarse. Era un suelto de la revista con la que me entretenía mientras esperaba turno para que me sacaran las muelas del juicio.
Aunque no soy mujer ni estadunidense, me sentí profundamente afectado por la noticia. Tenía 18 años y sólo había puesto mis labios sobre los de 5 mujeres. No tenía ganas de casarme demasiado pronto, y en realidad aunque lo hubiera deseado, no hubiera tenido con quién; pero sacando cuentas, rápidamente calculé que si en los siguientes 18 años besaba sólo 5 mujeres, mi vida erótica sería de un significativo tercermundismo.
Estaba de lo más entretenido buscando algún dato acerca del número de hombres que besaban las gringas después de casarse, cuando oí que la puerta se abría. Vi mi reloj y constaté que únicamente habían pasado 15 minutos desde la hora de mi supuesta cita. Pensé: "No, demasiado pronto, el doctor no puede retrasarse tan poco".
La persona que apareció no era el doctor. No, ella dijo hola y se sentó enfrente de mí, a mirarme descaradamente. Habrá tenido 15 años. Desde su boca salían un montón de fierros ortopédicos (¿dentopédicos?) y en su cara saltaban entre pecas unos ojotes tan vagamente cafés como verdes, que parecían un mezcla peligrosísima de la ternura de una vaca y de las intenciones de un tigre.
A los 18 años no sólo me consideraba culto sino también profundo: había decidido estudiar derecho, ya que consideraba perfectamente estúpido que en una sociedad racional se condenara a los hombres por los actos que realizaban, aun cuando estos actos eran inevitables debido a las leyes fisicas y químicas que actuaban desde y sobre todo el Universo.
Además había leído más de 100 libros.
Era lógico que me considerara un hombre de mundo, y el estar en un cuarto sólo con una niña -ella, después de todo, se veía bastante menor que yo- no debía causarme conflicto alguno.
-¿No eres amigo de Alejandro? --me preguntó.
Le contesté que si, pero eso no significaba nada, ¿quién no tenía un amigo llamado Alejandro?
-Sí -confirmé-, Alejandro Barragán.
Ella me miró, me sonrió con todos sus fierros y con todos sus ojos de vaca-tigre.
-No lo conozco -me dijo-, pero quería que hablaras. ¿Eres de aquí? La verdad, no pareces de aquí.
Me sentí bien; era agradable parecer exótico, fascinante y extranjero.
-¿De dónde parezco? Ella lo pensó un momento, aparentemente buscando mi origen.
-No sé, de provincia. Es que eres como tímido.
-No, pues soy de aquí -dije bastante herido. Luego agregué: --¿Cómo te llamas?
Y no alcancé a oírla decir Mariana, porque el doctor Figueroa abrió la puerta, me miró y me dijo pasa, justo en el momento menos atinado.
Generalmente el dolor que uno siente bajo los instrumentos del doctor Figueroa es más bien auditivo que de cualquier otra índole. A pesar de los litros de anestesia que gastan con sus pacientes, son tan fuertes los chasquidos y desgarrones que produce con su instrumental que nadie --estoy seguro-- puede evitar pensamientos como "ya me cortó la lengua" o "me rompió la mandíbula". Después empiezan los zumbidos de taladros y sierras. Por supuesto, cuando se llega a esa etapa, es inevitable gritar, gemir, aullar como condenado.
Sin embargo, aquella tarde era diferente. Primero porque sabía que cuando saliera me iba a encontrar con Ella. "Y segundo... ", pero de pensar en ninguna segunda razón. El doctor Figueroa fue por su jeringa gigantesca. Ni siquiera cuando me indicó abre bien, me atreví a preguntarle si iba a doler. Dolió. A pesar de que sólo le tomó 12 minutos extraerme las 4 muelas. Nunca he vuelto a habitar momentos tan prolongados, durante los cuales el silencio sea una prueba tan pesada.
A pesar de todo lo logré, sobreviví la extracción sin gritar, sin quejarme siquiera. Figueroa me dijo listo y yo me maldije-congratulé por haber decidido sacarme las 4 a la vez.
-Listo --repitió. Anotó en una tarjetita la fecha de mi siguiente cita. Luego miró en su agenda quién seguía: Mariana S., alcancé a leer sobre su hombro.
Salí, la miré y pensé "ahora te toca a ti". Traté de sonreír, de mostrarle a esa mocosa quién dominaba la situación. Entonces fue cuando de verdad comprendí el significado de las caras de los mártires. De alguna manera la anestesia, mis encías recién suturadas y el coraje de comparar sus mejillas sonrosadas y hermosas con las mías, que más bien parecían rellenas con 2 pelotas de tenis, se mezclaron para producirme la más atroz de las sensaciones en el momento que intentaba sonreír.
Empecé a llorar. Las lágrimas se me salían de los ojos y ella en su sillón, preocupada por no parecer demasiado preocupada; sintiendo lástima y tratando de no mostrarla. No sé qué hubiéramos hecho si Figueroa no sale y nos rescata:
-Pasa, pasa.
Mi lista acababa de crecer a 6 10 minutos atrás y mis cachetes ya hacía tiempo que habían recuperado su tamaño normal, cuando llegó Alejandro a decirnos:
-Me acaban de cambiar de coche, hay que celebrar.
Alejandro era un amigo entrañable. Llevaba más de 20 en su lista, y resultaba bastante lógico: con coche, dinero para salir y ropas que no tenían nada que envidiarle a las del príncipe de Gales; además, media 1.80 y había empezado a hacer pesas a los 12.
Por otro lado, Mónica (la número 6 de mi lista) estaba más bien enamorada de Alejandro pero como éste la había ofendido al salir con Paulette, su prima francesa, Mónica decidió vengarse besando al mejor amigo de Alejandro (yo). Sin embargo, lo importante no es que Alejandro nos hubiera invitado a los 2 a una fiesta, el hecho de que Paulette fuera ya rumbo a Marsella lo aclaraba bastante, ni que en la fiesta habla unas 200,000 gentes, sino que entre las 100,000 que me podían interesar por ser mujeres estaba Mariana.
Me costó un poco reconocerla; ya no parecía tener aquellos desmaquillados 15 años de cuando el dentista, no, ahora parecía casi de 16, lo que la elevaba desde la categoría de las niñas a la de las Niñas.
-Hola -me dijo.
-Hola -le contesté, y deseé que mi amigo Alejandro no hubiese estado ampliando a 21 su lista, no por lo lejos que la colocaba de mí, sino porque justo lo estaba haciendo con Mónica.
Así que me tuve que enfrentar a los ojos cafésverdes de Mariana sin la evidente ventaja que una Novia representaba.
-¿Cómo estás? -preguntó, refiriéndose obviamente a mis muelas.
-¿Por qué me preguntas? --Es que el miércoles me las sacan a mí. Y eso hizo que desaparecieran todas las personas de la fiesta, incluidos Alejandro, Mónica y la amiga de Mariana, quien no dejaba de hacerle guiños, evidentemente tratando de acarrearla hacia galanes más promisorios. Por un instante, Mariana me pareció perfecta. El instante se acabó cuando me dijo nos vemos al rato y se largó con su amiga.
A la una, Alejandro y Mónica habían desaparecido entre los matorrales más espesos y las Niñas habían comenzado a largarse.
-Quiubo mibuen, ya no pienses tanto -me saludó Jochi.
-Estaba pensando en una chava -respondí cuando Regresó Pedro, llorando desconsolado.
-Ve -me señaló a Pedro-, esto es lo que hacen las chavas. Y chavas alivianadas, mibuen, no como las que te gustan a ti.
-No, hijo -indicó Pedro-, no fue Natalia, fue su hermano.
-Ves, mibuen, es lo que hacen las chavas -insistió Jochi-, directa o indirectamente.
-¿Pero entonces, qué hago si estoy enamorado de una vieja? -Pues, persíguela, mibuen.
-Sí -terció Pedro-, ve por ella, si no te jodes.
Y se alejaron tiernamente abrazados a llorar mujeres.
Cuando yo tenía 18 años, era muy influenciable; apreciaba sobre todo la opinión de tipos mayores que yo, un año o 2, claro. Como Jochi, quien iba en nuestro grupo, pero porque había reprobado 6to. de primaria. Además, se rumoraba que su lista era de 30 o 40 aunque él siempre se negó a precisar la cifra.
Un beso de José Ramón Ruisánchez.
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