El hombre
más bueno del mundo.
En algún
lugar del mundo existe un hombre de sonrisa franca y suave voz, alguien a quien
las peores tormentas no han logrado derribar, alguien que siempre se preocupará
antes por los suyos y quienes le rodean que por él mismo.
De su
familia original no se conoce mucho, su historia ha trascendido más allá. Desde
pequeño tuvo que enfrentar diferentes obstáculos que van desde la pobreza extrema
hasta el abuso y humillación de quienes sí contaban con los recursos para
mandar y hacerse obedecer a fuerza de maltrato e injusticia. No se sabe si la
bondad que lo caracteriza fue resultado de alguno de esos sucesos que, en definitiva,
marcaron su vida y la de quienes ahora le quieren y admiran, mi teoría es que
ese nivel de bondad y generosidad los trae ‘alguien’ desde su concepción, quizá
uno entre millones.
Hombre sencillo,
de nombre José, conoció al amor de su vida cuando aún era adolescente pero, a
pesar de que todo pareciera dispuesto para ellos, el destino tenía preparadas
algunas sorpresas que le harían probar si en realidad se trataba de amor.
José conoció
a Mercedes y se enamoró perdidamente de ella quien, por su parte, correspondía
de manera absoluta al sentimiento que producía electricidad en ambos con tan
solo cruzar la mirada. Vivían en un pueblo pequeño, de esos en los que todos se
enteran de todo y que, no por casualidad, José era el mejor partido, ese por el
que muchas jovencitas suspiraban ilusionadas sin saber que, el corazón del
muchacho, ya tenía dueña.
La prima de
Mercedes, Silvia, apenas un par de años mayor,
era una de las chicas que a diario soñaban con que José dirigiera su
mirada hacia ella. Silvia sufría una enfermedad cardiaca incurable, al menos en
tanto a los limitados conocimientos del médico del pueblo y, José, al saber la
condición física además de los sentimientos que la misma chica le hizo saber, no
dudó ni un momento en casarse con ella a petición de la familia, incluida
Mercedes.
La boda se
llevó a cabo unas semanas después, José se esforzó por brindarle a su mujer
toda la felicidad que le fuera posible aunque, ella, con el simple hecho de
estar a su lado ya era completamente feliz. Todos en el pueblo sabían que la vida
de Silvia pendía de un hilo, todos menos ella que vivía sumergida en una
burbuja de fantasía que le construyeran las personas que la amaban.
No se sabe
si Dios, la vida o el destino mismo permitió que la vida de la chica se extendiera
hasta quedar embarazada de José mientras, Mercedes, observaba de lejos y de
manera resignada el sacrificio de su amado haciéndola admirarlo cada vez más.
Ambos respetaron la situación de cada uno, respectivamente, jamás hubo un
coqueteo o cualquier intento de acercamiento. Era un amor que trascendía los límites
de lo social y moralmente aceptable.
Pasaron los
meses y el bebé crecía sano en el vientre de su madre que, contrastantemente,
se iba apagando conforme pasaban las semanas. La advertencia del médico fue
tajante, ella moriría pues su corazón no sería capaz de soportar el esfuerzo de
un parto. La noche en que todo estaba listo para que Silvia diera a luz, ella
pidió hablar con José, quería despedirse. Ya, a solas los dos y con lágrimas en
los ojos, Silvia le dijo a José cuánto lo amaba y le pidió cuidar mucho a su
hijo… le dijo que ella sabía lo que sentía por su prima Mercedes, que lo había
sabido siempre y que la perdonara por no haber sabido alejarse cuando pudo y
debió hacerlo. Le confesó también que ella sabía de su enfermedad, sabía que
sería poco el tiempo que permanecería a su lado y lo que le costaría el
nacimiento de este bebé.
- Te pido, José, que te cases con Mercedes…
esta tarde hablé con ella y accedió a hacerse cargo del niño, ¡contigo!...
Entre sollozos
se despidieron y, Silvia con sus últimas fuerzas, dio a luz un sano y hermoso
niño. José y Mercedes se casaron al poco tiempo, el niño creció sano y feliz
junto con los 9 hermanos que tendría más adelante. La vida no podía haber sido
más justa con esta familia que tenía por líder a un hombre bueno, el hombre más
bueno del mundo.
José vivió
trabajando de sol a sol para brindar lo mejor a su gran, de manera literal,
familia. Mercedes hacía lo propio en el hogar. Sus hijos se desarrollaron en un
ambiente de armonía, valores y sonrisas. Al ser mayores hicieron cada uno su
vida, formaron familias de manera respectiva y la vejez llegó a los padres.
José vivió
el cambio de siglo, le ha hecho frente de manera valiente, con sabiduría y
coraje, podríamos decir que sin importar que en el camino haya perdido a la que
fuera su gran amor, pero no… José vive alegre y sonriente en espera de que llegue
el día en el que por fin se encuentre con su amada y puedan continuar siendo
felices de manera eterna.
No se sabe
con exactitud cuántos nietos, bisnietos, quizá tataranietos tiene ya José, lo
que sí se sabe es que goza de fuerza y salud que muchos adultos jóvenes
envidiarían. Este año fue nominado y ganador del concurso ‘El abuelo de oro’.
El día de la premiación se levantó temprano, se aseó y vistió uno de sus trajes
grises; se puso su sombrero y tomó su bastón dorado. ¡Guapo!, le decían su
hijas y nietas, el resto de la familia gritaba y sonreía mientras le ponían la
banda que mostraba el ‘título’ en gruesas letras doradas. Él solo sonreía bonachonamente.
Hoy José
luce un poco encorvado, sus pasos son lentos y a ratos trastabillados, ha perdido
por completo el funcionamiento de su ojo derecho y oído izquierdo pero, la
sonrisa, esa que ha hecho llorar de felicidad a los que recurren a él en busca
de consuelo y reír a quienes han compartido con él momentos de alegría…esa
sonrisa se mantiene intacta a pesar de los años. La paz que transmite su mirada
y la armonía de sus palabras tampoco desaparecen.
Ustedes podrán
pensar que no existe el hombre más bueno del mundo, que utilicé esta historia
para participar en un concurso de cuentos pero no, se equivocan, el hombre más
bueno del mundo sí existe y es mi abuelo… Esto no es un cuento.
Lau García
La chida de la historia.